Los responsables del asesinato de Melchor Ocampo
Por Raúl González Lezama
Investigador del INEHRM
Juro por mi honor, delante de Dios, que yo no ordené la
aprehensión de Ocampo, ni lo mandé fusilar, ni tuve
intervención alguna en esta desgracia, ni aún noticia de
ella, sino después de sucedida.
Leonardo Márquez
En 1861 aun cuando la Guerra de Reforma había concluido oficialmente, partidas armadas de conservadores bajo las órdenes de Leonardo Márquez, Juan Vicario, Tomás Mejía y otros operaban en varias partes del país, empleando el método de guerra de guerrillas. Para ellos, el general Félix María Zuluaga era el auténtico presidente de la República.
Uno de esos grupos rebeldes se presentó el jueves 30 de mayo de 1861 en la hacienda de Pomoca en Michoacán. Buscaban a su propietario, Melchor Ocampo.
Cuando Lindoro Cajiga penetró en la casa acompañado de unos cuatro hombres, lo encontraron sentado tranquilamente en la sala. Avisado de la proximidad del enemigo, adivinó sus intenciones, y se había despedido ya de sus amigos, y de su compañera Clara Campos, no pudiendo hacerlo de sus hijas Petra, Julia y Lucila que se encontraban en Maravatío en las fiestas de Corpus.
Después de ser raptado en su hacienda, Ocampo fue montado en un mal penco y obligado a realizar un peregrinar de varios días que concluyó en un paraje próximo a Tepeji del Río.
Cuando en la Ciudad de México se tuvieron noticias del rapto de Ocampo, se intentó obtener la libertad del exministro liberal. Nicanor Carrillo, hombre que había protegido a Márquez ocultándolo y luego, cuidando de que nada faltara a su madre durante su vida como fugitivo, se dirigió inmediatamente al general para pedirle la libertad de Ocampo. En medio de la desesperación, el general Ignacio Zaragoza, en ese momento ministro de Guerra y Marina, tuvo la idea de poner presa a María de la Gracia Palafox, esposa de Félix Zuluaga, quien escribió dos cartas desde la prisión del Arzobispado, una dirigida a su cónyuge y otra al general Márquez; en ellas, también se solicitaba se liberara al prisionero. Los mensajes llegaron tarde.
El Congreso de la Unión promulgó un decreto poniendo fuera de la ley a Zuluaga, Márquez, Taboada y Cajiga. Para las autoridades constitucionales, no cabía duda alguna de que estos hombres eran los responsables del asesinato, sin embargo, por años, los actores de este drama continuaron intentando exculparse y arrojar sobre sus antiguos compañeros la responsabilidad de este crimen.
Treinta años después de ocurridos los terribles hechos, el general Leonardo Márquez, desde su exilio en La Habana, publicó un folleto en el que sostuvo que nunca había dado la orden para que Ocampo fuera ejecutado y que su muerte se había debido a la equivocación de un ayudante de apellido Andrade, al que se le había ordenado que fusilara “al prisionero”, refiriéndose al general León Ugalde, también cautivo de los conservadores, y no al ex ministro juarista. La responsabilidad en todo caso debía de recaer en su totalidad en Félix Zuluaga.
Por su parte, Zuluaga, expresidente conservador, declaró haberse sorprendido al conocer la muerte de don Melchor y aseguró ignorar quién pudo haber ordenado a Cajiga que lo hiciera prisionero, pues él no había autorizado esa acción.
Gracias al periodista e historiador Ángel Pola, podemos conocer muchos de los detalles de las últimas horas del ideólogo liberal, pues en 1892 visitó Tepeji del Río y entrevistó a varios de los vecinos que 30 años antes habían sido testigos de los hechos.
Los habitantes del lugar coincidieron en que todos los generales conservadores habían estado al tanto del destino que se tenía preparado para el ex gobernador de Michoacán, pero que, el menos responsable era Zuluaga, porque aun cuando se le daba tratamiento de presidente, no era más que un pobre diablo, al que nadie hacía el menor caso y, que por lo tanto, Leonardo Márquez era quien debía ser tenido como principal responsable del asesinato.
Interrogado por Pola, un vecino, el señor Piedad Trejo, recordó cómo 30 años antes había acompañado a un grupo de ciudadanos, encabezados por el cura Domingo Morales, a solicitar a sus captores que no fusilaran a Ocampo. Los habitantes temían que los republicanos cobraran venganza en Tepeji si se cometía un acto tan grave en su población.
Los jefes conservadores se encontraban hospedados en la casa del general Rosalío Flores, curiosamente situada en la misma calle donde se encontraba el mesón de “Las Palomas”, en donde en la habitación marcada con el número 8, se hallaba Melchor Ocampo, esperando a que se decidiera su destino. Pese a que se encontraban reunidos en el mismo lugar Zuluaga, Márquez, Taboada, Zires y otros, los suplicantes se dirigieron al “Tigre de Tacubaya”, apodo que había ganado Márquez por su responsabilidad en los homicidios de civiles y médicos, ocurridos en 1859 en Tacubaya. Fue él quien se negó a conceder lo que le solicitaron. Supieron más tarde que este personaje fue el que dio la orden para que el cuerpo fuera deshonrado colgándolo para su exhibición en un árbol de pirul.
Ángel Pola continuó con su investigación y personalmente o por la vía epistolar logró recabar declaraciones de más testigos, tanto civiles como militares. Todos estuvieron de acuerdo: Márquez fue el responsable del asesinato de Melchor Ocampo.
Jueves 6 de junio de 2019 13:21:51
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