La vuelta del liberalismo a la Ciudad de México
Raúl González Lezama
Investigador del INEHRM
El 22 de diciembre de 1860, en las inmediaciones de San Miguel Calpulalpan se desarrolló la última batalla de la Guerra de Reforma. Los liberales resultaron vencedores y en la madrugada de Navidad comenzaron la ocupación de la Ciudad de México.
El presidente Benito Juárez asistía en Veracruz a una representación de la ópera Los puritanos, de Bellini; un mensajero se introdujo hasta el palco del presidente, era portador de la sobria comunicación de González Ortega, donde daba parte del triunfo obtenido sobre los conservadores. La música cesó; don Benito se puso en pie y, en voz alta, dio lectura al documento. La guerra había terminado. La orquesta volvió a sonar, pero ahora para interpretar La Marsellesa.
Como el ejército que defendía la causa de la Constitución de 1857 había realizado su entrada a la capital entre el 25 y 26 de diciembre, haciéndolo las distintas divisiones en forma dispersa a horas diversas del día, su comandante, el general Jesús González Ortega, queriendo recompensar a sus hombres y al mismo tiempo simbolizar el comienzo de una nueva era, los hizo desfilar triunfantes por las calles de la capital el primer día de 1861. Los 25 000 hombres del ejército federal tardaron seis horas en desfilar bajo una lluvia de flores y laureles.
También, para demostrar el triunfo del liberalismo, en los últimos días de 1860 González Ortega mandó publicar las Leyes de Reforma. Nadie podía negar su existencia ahora que se encontraban proclamadas en el corazón de México. Sin embargo, faltaban elementos para considerar que la labor había concluido.
El liberalismo representado en su ejército, su gobierno y sus intelectuales fue reapareciendo poco a poco en la ciudad. Los más cercanos colaboradores de Juárez comenzaron a llegar a finales de diciembre; los primeros en llegar fueron Melchor Ocampo, Ignacio de la Llave, José Emparán y José María Mata. Guillermo Prieto, nombrado administrador general de Correos, se encontraba ya el 3 de enero despachando en su oficina. Ese mismo día, Melchor Ocampo publicó una circular del presidente Juárez que ordenaba la inmediata separación de todos los empleados que hubieran servido a la administración conservadora. La medida, aunque comprensible, dejó en el desamparo a centenares de hombres que sin partido alguno habían continuado desempeñando honradamente su trabajo.
Por su parte, el presidente salió del puerto el 5 de enero. Proveniente de Puebla, llegó a Ayotla a las 5 de la tarde del 10; allí fue informado por el administrador que la línea telegráfica con México se había restablecido. Aprovechando la ocasión de contar con ese medio de comunicación, envió un mensaje donde avisó que esperaba arribar a Palacio Nacional entre las 7 y 8 de la noche de ese mismo día.
Sin embargo, sus partidarios tenían en mente otra idea, y así, en las proximidades del Peñón, Juárez y su comitiva fueron interceptados por Ocampo, González Ortega y De la Llave, quienes le manifestaron la conveniencia de posponer su entrada hasta el día siguiente, intentando convencerlo de pernoctar en la Villa de Guadalupe, donde se le tenía preparado su alojamiento. Don Benito no deseaba perder más tiempo; se negó en principio a acceder a su petición, pues consideraba urgente su presencia, pero al poco tiempo se presentó una comisión del Ayuntamiento de la ciudad que sumó sus ruegos a los de los ministros, obteniendo por fin su consentimiento.
Al día siguiente por la mañana, el presidente recibió la visita del agregado de la Legación de los Estados Unidos y del ministro de Prusia. Después sostuvo una reunión con sus ministros Ocampo, Emparán, De la Llave y Juan Antonio de la Fuente, en la que se discutió la conveniencia de modificar el gabinete en vista de las críticas que prevalecían en varios círculos liberales. Ocampo ofreció como solución a esta crisis que todos los miembros del gabinete presentaran su renuncia a fin de permitir al titular del ejecutivo constituir su gobierno con entera libertad.
Después de esta sesión de trabajo, salieron de la Villa de Guadalupe a las 2 de la tarde. El cuerpo del Ayuntamiento recibió a Juárez en la estación de ferrocarril y ahí abordaron unos carruajes que los condujeron a Palacio Nacional, pasando por las calles de la Mariscala, Santa Isabel, San Francisco y Plateros.
En el penúltimo coche viajaban González Ortega, Prieto y De la Llave; en el último, este descubierto, en el asiento trasero, viajaba Juárez. Portando un pantalón, chaleco, levita, corbata y sombrero alto, todas estas prendas de color negro, apoyaba ambas manos en su bastón y de cuando en cuando saludaba las aclamaciones que le hacía el pueblo. Lo acompañaban Ocampo y De la Fuente en el asiento delantero. A las tres de la tarde arribó por fin a la sede de gobierno; en el tercer aniversario del día en que recuperó su libertad después de haber estado prisionero en ese mismo lugar por orden de Ignacio Comonfort.
Esa misma noche, el presidente Juárez, en lugar de entregarse a la celebración o al descanso, sostuvo una intensa reunión de trabajo con los miembros de su gabinete. Era urgente tomar serias determinaciones que rigieran en adelante la política del gobierno.
Los cabecillas que lideraron el golpe de estado contra el orden constitucional serían juzgados conforme a la ley de conspiradores, lo que significaba que podían ser pasados por las armas si eran encontrados culpables.
Se estableció también la soberanía nacional rechazando la injerencia que habían tenido los representantes de algunas naciones extranjeras y se acordó expulsar del territorio nacional a Francisco Pacheco, ministro de España, Felipe Neri del Barrio, ministro de Guatemala, Francisco de P. Pastor, ministro de Ecuador, y al arzobispo de Damasco, Luis Clementi, nuncio apostólico.
El propio Juárez dispuso que Manuel Payno fuera detenido y recluido en una cárcel pública para responder por su participación en el Plan de Tacubaya, mientras que a Santos Degollado se le señalaba a la ciudad por prisión en espera de ser procesado por la apropiación de la conducta de Laguna Seca.
No todo fueron decisiones dramáticas; también se realizaron actividades festivas. Como parte del homenaje al primer magistrado, se organizó en el Teatro Nacional un concierto que comprendió el himno patriótico de Antonio Barili con letra de José Rivera y Río. No debemos olvidar que el himno compuesto por González Bocanegra y Nunó, por ser una obra producida bajo el patrocinio y para el halago del dictador Santa Anna, no era del gusto de los liberales.
Hasta el día 15 volvió a publicarse el afamado periódico liberal El siglo XIX: la libertad de prensa había regresado a México. En su editorial el diario resumía uno de los logros de la guerra que concluía: “la tiranía nos arrebató la pluma de la mano, hoy nos la devuelve la libertad”.
Lunes 20 de junio de 2022 14:36:48
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