La Muerte de Lucas Alamán
Por Raúl González Lezama
Investigador del INEHRM
En enero de 1810, la celebración de una tertulia en Guanajuato, en casa de unos primos suyos, dio ocasión para que Lucas Alamán, un rico y joven criollo de 17 años, conociera a don Miguel Hidalgo, cura de Dolores, quien a pesar de su modesto vestir, propio de párroco de pueblo pobre, parecía gozar de buena estimación. Pues Lucas lo vio, y eso lo hizo fijar su mirada en él; sentado cómodamente compartiendo el mismo canapé, nada menos que con el mismo intendente Juan Antonio de Riaño y el obispo Manuel Abad y Queipo. Le pareció entonces un hombre viejo de más de sesenta años, cuando en realidad contaba con 56. Le llamó la atención su pronunciada calvicie, así como y lo vivo y profundo de sus ojos verdes. Lejos estaba de imaginar que ese hombre en unos pocos meses transformaría su vida y la del mundo que hasta entonces había conocido.
Al medio día del 18 de septiembre, se tuvieron noticias en Guanajuato de la insurrección estallada en Dolores, 10 días más tarde, las huestes insurgentes se encontraban a las puertas de la ciudad. Es de sobra conocida la masacre ocurrida en el interior de la alhóndiga de Granaditas, en la que perdieron la vida los españoles y sus familias que se habían refugiado en ella. El mismo Alamán y su madre vivieron momentos de terror al ver invadida su casa por la chusma ávida de saqueo.
El horror con que se le presentó el movimiento de Independencia marcó para siempre su vida; lamentó que el orden que siempre había conocido se hubiera esfumado de repente y que nunca regresara a la tierra que lo vio nacer. A partir de entonces, dedicó su pensamiento y su acción a intentar reconstruir ese universo ordenado y armonioso. Aunque deploró profundamente que se rompieran los lazos que unían como una sola nación a México y a España, amó profundamente a su patria y se obstinó en conseguir su progreso material y en salvaguardar la integridad de su territorio.
Hombre de gran cultura y experiencia que se robusteció con dos viajes a Europa, el primero emprendido en 1814 con objeto ver mundo y de perfeccionar sus conocimientos de botánica y mineralogía, tuvo la oportunidad de conocer a grandes personalidades europeas de su momento, como madame Recamier, Alejandro von Humboldt, Benjamín Constant e incluso se encontraba en Francia cuando Napoleón regresó de su destierro de la Isla de Elba para dar colofón a su imperio con “los cien días”. También fue en esa oportunidad cuando conoció al Dr. Servando Teresa de Mier.
Su segundo viaje a Europa fue de una naturaleza distinta. A finales de enero de 1821, Alamán zarpó del puerto de Veracruz con destino a España investido como diputado a Cortes con la representación de la provincia de Guanajuato. Inició en ese momento una carrera de 32 años en el servicio público. A lo largo de ese tiempo desempeñó los más altos cargos de la República y desde ellos, operó para que Chiapas decidiera su incorporación al pacto federal, advirtió del riesgo de que México perdiera la provincia de Texas e intentó llevar a cabo un programa de colonización para evitarlo; fundó el Banco de Avío, refundó el Archivo General y Público de la Nación y en su tiempo libre mostró su faceta de historiador en su célebre Historia de Méjico, obra que, pese a sus defectos, es una referencia inexcusable para el estudio de nuestro pasado.
Fue don Lucas un hombre íntegro que nunca transigió con sus ideales. Como buen conservador, estaba convencido de que la democracia por vía de la elección popular era nefasta y que la religión católica, así como su jerarquía eclesiástica, debían ser defendidos a todo trance. Su nombre sólo se vio manchado por la trágica muerte de Vicente Guerrero, evento en el que el guanajuatense tuvo una participación que hasta nuestros días no ha podido determinarse con absoluta precisión.
Cuando en 1853 cayó el gobierno del general Mariano Arista, la desunión cundía en todo el territorio nacional. Se consideró entonces en acudir a Antonio López de Santa Anna para que ocupara nuevamente la silla presidencial, conociendo su carácter, se pensó que la presencia de Lucas Alamán en su gabinete serviría como un contrapeso que equilibraría o frenaría los posibles excesos del general. El veracruzano aceptó sacrificarse nuevamente por la patria y retornó de su autoexilio en Colombia; fue investido con la banda presidencial y, conforme a lo acordado, designó a Alamán ministro de Relaciones, puesto que equivalía a nombrarlo jefe de su gobierno.
Pese a encontrarse muy quebrantado de su salud, tan sólo dos días después de haber tomado posesión del Ministerio, Alamán presentó las Bases para la administración de la República, documento que regiría mientras fuera expedida una nueva constitución. También fundó el Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, así como el Consejo de Estado. Forjó un proyecto de ley de imprenta, reorganizó el Cuerpo Diplomático y dispuso que fueran separados del Ejército Mexicano los militares que en la guerra de 1847 se constituyeron prisioneros voluntarios de los norteamericanos.
El 28 de mayo, los médicos le diagnostican una pulmonía. Durante los días siguientes, don Lucas experimentó severos dolores y la intensa fiebre le provocó delirios. Rodeado de su familia, el gran estadista falleció en su domicilio la madrugada del 2 de junio de 1853.
La muerte de Alamán significó, entre muchas otras cosas, el fin de la esperanza de controlar a Santa Anna quien, a falta de un verdadero ideólogo, comenzó a implantar en México su particular visión del pensamiento conservador, convirtiendo en ridículo el proyecto político que don Lucas habría deseado desarrollar.
La última administración de Santa Anna tuvo un rápido declive, iniciada el 20 de abril, antes de cumplir un año sobrevino el estallido de la revolución de Ayutla en marzo del año siguiente. En ese breve intervalo, ejerció una feroz persecución de liberales que llevó al destierro a Juárez, Ocampo, José María Mata y a otros destacados liberales. Enajenó el territorio de La Mesilla, estableció una serie de impuestos absurdos y había adoptado el tratamiento de “Alteza Serenísima”. El fallecimiento de Lucas Alamán marcó el inicio de la auténtica dictadura santanista.
Jueves 6 de junio de 2019 12:30:08
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