Yo dejo que el mundo juzgue mis lágrimas…
Francisco Villa se salva de ser ejecutado por órdenes del general Huerta
Por Rafael Hernández Ángeles
Investigador del INEHRM
El intento del general Victoriano Huerta por fusilar a Francisco Villa no fue sólo producto de un choque entre personalidades. Este episodio se sumó a un evento más por la lucha por el poder militar dentro de la administración del presidente Francisco I. Madero. Los altos mandos del Ejército Federal no consideraban a los ex revolucionarios maderistas como verdaderos soldados, sino una “chusma armada” temporalmente. Tampoco olvidaban que estos irregulares habían derrocado del gobierno a uno de ellos: el general Porfirio Díaz.
En particular, el general Victoriano Huerta despreciaba a los maderistas. En una ocasión, le comentó al general Díaz que con un contingente de 2000 hombres podía derrotar a los rebeldes de Chihuahua. Días previos al levantamiento zapatista de noviembre de 1911, el general Huerta, contraviniendo los deseos de Madero, atacó sin piedad a las comunidades campesinas de Morelos. Esta conducta se repetiría durante la revuelta de Pascual Orozco en 1912.
Orozco, general victorioso de la revolución, se sentía defraudado por el presidente Madero, al no concedérsele en una primera instancia la Secretaría de Guerra y Marina, y posteriormente, la gubernatura de Chihuahua. Pronto sería seducido por la clase porfirista chihuahuense, que lo alentaría a la rebelión, formalizada el 25 de marzo de 1912 con la proclamación del Plan de la Empacadora. En un principio, se pensó que Orozco sería un revolucionario que llevaría las reformas sociales radicales a Chihuahua y después a todo el país. Pronto, sus partidarios se darían cuenta de que no sería así, al hacerse pública su relación con la oligarquía chihuahuense, en particular con la familia Terrazas.
También se pensó que Francisco Villa, lugarteniente de Orozco en mayo de 1911, se había unido a la rebelión, pero no fue así. Después del triunfo de la revolución maderista, Villa se había retirado a la vida privada. Junto con sus hermanos, abrió cuatro prósperas carnicerías en la ciudad de Chihuahua, en donde trasladaba el ganado que compraba en Parral. Villa le escribía al presidente Madero reiterando su lealtad al gobierno, así como para denunciar al jefe político de Parral, José de la Luz Soto, de acosarlo sin motivo. Cuando ocurrió el levantamiento de Orozco, Villa se dirigió rápidamente a Parral y junto con Maclovio Herrera, de manera incruenta, tomó Parral, arrestó a Soto y obtuvo una importante victoria para el gobierno de Madero.
Sin embargo, el presidente seguía dudando de la lealtad y eficacia militar de Villa y sus hombres. En una carta en donde lo felicitaba por la acción de Parral, Madero le pidió a Villa se pusiera a las órdenes del general Victoriano Huerta, jefe de la División del Norte, encargada de combatir a los rebeldes orozquistas. De esta manera, el presidente no sólo garantizaba que Villa tendría que disciplinarse ante el mando militar formal, sino que, para no repetir los errores del general Díaz en 1911 con la ayuda de los irregulares, conocedores del terreno, el Ejército Federal podría combatir a los rebeldes en su propio terreno.
La decisión de Madero no agradó del todo al general Huerta, pues consideraba a los irregulares incapaces de luchar al lado de un ejército profesional. Sin embargo, buscó ganarse la lealtad de Villa, pensando quizá a futuro. En un principio, las relaciones entre ellos fueron cordiales. Huerta buscó halagar el ego de Villa; a sugerencia suya, le pidió al presidente Madero hacerlo “general honorario”, sin embargo, dicha decisión fue contraproducente, pues los militares federales trataban a Villa con desprecio. El futuro Centauro del Norte intentaba aprender tácticas militares de los egresados del Colegio Militar, pero sus compañeros de armas buscaban cualquier pretexto para humillarlo. Para ellos, Villa era sólo un bandido.La hostilidad entre federales y voluntarios, culminaría a finales de mayo de 1912 cuando Tomás Urbina, uno de los lugartenientes de Villa, saqueó una hacienda propiedad de la Compañía anglo-norteamericana Tlahualilo, llevándose armas, dinero y caballos. Huerta quiso dar un castigo ejemplar fusilando a Urbina en el acto pero Villa y otros jefes de los irregulares amenazaron con abandonar la campaña militar si se consumaba la ejecución. Huerta cedió en ese momento, pero no olvidaría la afrenta. Desde ese momento, aprovecharía cualquier pretexto para hostigar a Villa.
A finales de ese mes, la campaña militar en contra de Orozco había sido un éxito. Villa consideraba que su presencia ya no era necesaria y que, pasado el peligro, podía volver a su casa a continuar con su vida cotidiana. A raíz de un altercado menor sobre la propiedad de un caballo que un oficial federal quería arrebatar a los hombre de Villa, éste le envió al general Huerta, el 3 de junio, un telegrama en donde le comunicaba que él y sus hombres abandonarían la División del Norte. Huerta encontró el pretexto idóneo para eliminarlo; consideró que su conducta era un acto de rebelión. Le ordenó al coronel Guillermo Rubio Navarrete que barriera con las ametralladoras el cuartel de Villa, pues había recibido informes de que éste intentaba rebelarse.
Las fuerzas de Rubio Navarrete rodearon el cuartel general dispuestos a cumplir las órdenes de Huerta; sin embargo, el coronel encontró a Villa y a sus hombres profundamente dormidos. Ante tales circunstancias, Rubio Navarrete consideró que no se justificaba un ataque de esa índole, por lo que regresó al cuartel de Huerta para recibir nuevas indicaciones, pero el general ya se había retirado a dormir, quedando en suspenso el cumplimiento de la orden.
Al día siguiente, cuando Villa despertó, encontró su cuartel rodeado de fuerzas federales; se trasladó al de Huerta para enviar desde allí, un telegrama al presidente Madero, informándole que ya no quería combatir bajo el mando de la División del Norte. En seguida Villa fue arrestado y, sin someterlo a un juicio, se ordenó su inmediata ejecución.
El coronel Rubio Navarrete, al darse cuenta de esto, ordenó la suspensión de la ejecución y se llevó a Villa ante la presencia de Huerta. El general estalló en cólera y amenazó con ordenar el fusilamiento de los dos. La rabia de Huerta disminuyó cuando el coronel le explicó que no había pruebas de que Villa intentara rebelarse. También intervino el coronel Raúl Madero, hermano del presidente, y el propio mandatario, que en un telegrama ordenó la suspensión del fusilamiento.
A regañadientes, Huerta ordenó que Villa fuera trasladado a la Ciudad de México, acusado de robo y rebelión. Huerta, explicando su actitud ante el presidente, le escribió que él no sentía ningún odio por Villa, sino al contrario, lo estimaba por ser una persona útil; sin embargo, consideraba su deber no relajar la disciplina ante ningún miembro de la División del Norte.
Huerta sabía que se había conseguido un enemigo mortal; por ello, durante su traslado, intentó que en Torreón, y después en San Luis Potosí, se le aplicara a Villa la “ley fuga”. Sin embargo, a pesar de este segundo intento de asesinato, Villa logró llegar a la Ciudad de México, donde fue encerrado, primero en Lecumberri y meses después, en la prisión militar de Santiago Tlatelolco.
Villa intentó tener una audiencia con el presidente Madero, pero no tuvo éxito. Le mandaba cartas reiterándole su lealtad; sin embargo, Madero recordaba el intento de sublevación de él y Orozco en ciudad Juárez en mayo de 1911 y creía que sólo sería capaz de controlar el carácter de Villa si éste permanecía preso; además, el presidente recibía muchas presiones externas, entre ellas, la del embajador Henry L. Wilson, no sólo para mantener encarcelado a Villa, sino para fusilarlo.
Sin esperanzas de recibir ayuda del presidente Madero y ante el temor de ser asesinado, el 25 de diciembre de 1912, Villa se fugó de la prisión, y llegó a El Paso, Texas, a principios de 1913.
Tiempo después, Huerta y Villa se verían de nuevo las caras en el campo de batalla. Villa demostró su lealtad a Madero, aunque éste ya no tendría vida para confirmarlo, mientras que Huerta, fiel a sus principios, desencadenaría la fase más violenta de la Revolución mexicana: la guerra civil sin tregua ni cuartel.
Lunes 10 de junio de 2019 14:07:31
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