“Teresa Urrea, símbolo y agente de resistencia en la frontera”
Tamara Aranda
“Santa Teresa Urrea—healer (a Mexican girl).”, tomada de Jennifer Koshatka Seman, Borderlands curanderos: the worlds of Santa Teresa Urrea and Don Pedrito Jaramillo, Austin, University of Texas Press, 2021, p. 24.
Las historias sobre una niña iluminada con el don de curar a mujeres y hombres en el noroeste de México, resonaron en la prensa nacional y estadounidense desde la década de 1890, después de que en 1889, con tan solo 16 años, recibiera el don de la sanación tras sufrir convulsiones y un episodio de catalepsia de 89 días. La llamaban “la Santa de Cabora”, pero más tarde unos la llamarían “bruja” y otros “la Juana de Arco Mexicana”; aunque su nombre era Niña o Nona García María Rebeca Chávez, el gobierno la buscaba como la reconocían sus seguidores: Teresa Urrea.
El 3 de enero de 1890, el periódico “El Monitor Republicano” retomó una nota de “El Occidental” de Culiacán, que decía:
“UNA SANTA EN PLENO SIGLO XIX”
Increíble parece que a fin del siglo XIX, haya aún algo como una segunda aparición de una virgen para que no sea Lourdes el único lugar aparecido por acontecimiento semejante y comprobable que el de Lourdes.
Es el caso de la Srita. Teresa Urrea, hija de D. Tomás Urrea, [quien] ha comenzado a hacer cosas tales y tan extraordinarias que la gente la llama santa, y lo que era un rancho solitario y triste, es ahora visitado por más de doscientas personas diariamente.
Dicen que la joven adivina el pensamiento de los que van a verla, y les dice el móvil que les ha llevado, lo que se han propuesto, etc., etc. […].
Como esto cuentan y no acaban. Los piadosos que quieran ver una santa auténtica pueden emprender viaje.
Asimismo, el periódico “El Fronterizo” de Tucson, Arizona publicó un largo texto sobre Teresa Urrea en su portada del 29 de marzo de 1890:
El que estas líneas escribe ha dudado y desconfiado, como era natural, de lo mucho que se ha dicho de la santa niña de Cabora; pero ahora que sus virtudes comienzan a ejercer influencia abriéndose campo en el corazón de los escépticos, ya se siente inclinado a creer si no totalmente, sí en gran parte la fama misteriosa de la niña Teresa Urrea. Por eso se permite llamar la atención tanto de la autoridad eclesiástica mexicana como la de nuestro gobierno, sobre esa criatura misteriosa, quien puede llegar a ser en el místico sentido de la palabra, la honra y gloria de México, por su inspiración divina; el consuelo de los afligidos, por sus curaciones maravillosas; la dicha de las naciones, por sus sabias y saludables predicciones.
Pero al año siguiente, las historias místicas se tornaron en hechos reales y concretos, cuando los pobladores de Tomóchi, Chihuahua se rebelaron contra las autoridades porfiristas y tomaron como símbolo a la Santa de Cabora. Después del primer movimiento armado en diciembre de 1891, los tomochitecos cruzaron la sierra madre occidental para visitar a Teresita hasta la hacienda de Cabora, en la sierra de Sonora. La joven tenía dieciocho años y hablaba con vehemencia contra las injusticias del clero y del Estado porfirista, por lo que esta peregrinación se realizó bajo la mirada expectante del Ejército Federal, pues no podían permitir la subversión de estos rebeldes que eran herederos de los rifleros de Chihuahua, combatientes históricos de los apaches, de quienes se decía que “cada bala era un muerto”.
Territorio de influencia de Teresa Urrea. “Map of the Gadsden Purchase: Sonora and portions of New Mexico, Chihuahua & California”, Cincinnati, Ohio: Middleton, Strobridge & Co., 1858. Library of Congress, USA.
En enero de 1892 ,los tomochitecos regresaron a Chihuahua y se rebelaron contra la iglesia y las autoridades con el lema “¡Viva la Santa de Cabora!”. La resistencia se prolongó durante meses, en los que los locales se declararon autónomos y mantuvieron a raya a las fuerzas federales, pero además expulsaron a las autoridades eclesiásticas y crearon una liturgia propia, tomando así una postura herética y de franca rebeldía contra la Iglesia Católica; hasta que del 25 al 26 de octubre los federales derrotaron a las fuerzas locales, apresaron — y con ello preservaron la vida— a 43 mujeres y 71 niñas y niños, pero masacraron al resto de la población.
Pero antes de que estos hechos ocurrieran, mientras los tomochitecos permanecían alzados, el 15 de mayo de 1892 estalló una rebelión indígena en Sonora, muy cerca de donde vivía Teresita. Los mayos, con quienes la niña santa se relacionó desde niña, al igual que con los yaquis y tehuecos, tomaron la plaza de Navojoa y San Ignacio Cohuirimpo, y mataron al jefe político Cipriano Rábago y a varios vecinos que habían cometido abusos en su contra. Sus lemas eran “¡Viva la libertad!” y “¡Viva la Santa de Cabora!”.
Tras estos acontecimientos, Teresa y su padre Tomás Urrea fueron expulsados del país por el gobierno de Sonora, bajo la consigna de internarse en los Estados Unidos y mantenerse alejados de la frontera. Teresita se enfrentó al exilio forzado con 19 años de edad e incluso ella y su padre solicitaron la ciudadanía estadounidense en 1892 (aunque dicha solicitud no se revolvió), pero esto no implicó un distanciamiento con sus seguidores.
Mientras tanto, las compañías deslindadoras continuaban avanzando en el noroeste mexicano y con ello despojaban a indígenas y campesinos de sus tierras. Por su parte, las autoridades locales y el Ejército Federal sometían a todo aquel que se negara a integrarse al proyecto modernizador del Estado porfirista, como los yaquis, que se encontraban en guerra desde la década de 1870, primero bajo el liderazgo de José María Leyva “Cajeme” y, tras su muerte en 1887, con el mando de Juan Maldonado “Tetabiate”.
Éstos eran los seguidores de la Santa de Cabora, quienes encontraban la fuerza para resistir en las palabras de una joven que curaba con sus manos, con hierbas, con tierra y aceite, y con el poder de Dios sin la intervención de la iglesia.
Tras su expulsión, los Urrea se establecieron en Nogales, Arizona. Sobre su presencia en esa ciudad fronteriza, el cónsul mexicano en dicha ciudad Manuel Mascareñas, manifestó su preocupación al observar el incremento de los visitantes que llegaban a la ciudad motivados por “la Santa”, ya que:
[...] la afluencia deseada lo fuera de personas acomodadas y pacíficas. Pero desgraciadamente no sucede así, pues los visitantes que llegan diariamente son en su mayor número Yndios Yaquis y Mayos que como ya llevo dicho, vienen los unos de Arizona y los otros de Sonora, en busca algunos de un alivio a sus males y en general los demás a rendir homenaje a la que en conciencia creen santa, investida de un poder divino e injustamente perseguida.
Asimismo, Mascareñas alertaba sobre los riesgos que implicaban estos visitantes para Sonora, ya que los seguidores de Teresa Urrea — llamados Teresistas— podrían adquirir armas y municiones en Arizona, y cruzar fácilmente por la frontera para iniciar una rebelión.
La estancia de los Urrea en Arizona no duró mucho tiempo, aunque el suficiente para relacionarse con círculos espiritistas en los que participaban liberales antiporfiristas, como el periodista Lauro Aguirre, quien había mantenido comunicación con los líderes tomochitectos y de hecho publicó su plan militar — conocido como Plan de Tomóchic— en su periódico “El Independiente”, razón por la cual debió cerrarlo y abandonar Arizona. En este contexto, después de Nogales, Teresa y su padre se trasladaron a Clifton y otras ciudades de ese estado hasta llegar a El Paso, Texas hacia 1896, dónde también se encontraba Lauro Aguirre retomando su publicación periódica. En ese momento, Teresa colaboró con Aguirre en “El Independiente” y mantuvieron una estrecha relación de amistad por algunos años.
En este sentido, la Santa de Cabora era más que una curandera que inspiraba la lucha antiporfirista. Teresita fue un agente activo en el proceso que antecedió al estallido revolucionario de 1910 y, por ello, fue vigilada por las autoridades de México y Estados Unidos. Incluso fue víctima de un intento de asesinato en enero de 1897, sobre lo cual Lauro Aguirre culpó al gobierno mexicano.
El año anterior, exactamente el 12 de agosto de 1896, tuvo lugar un asalto a la aduana de Nogales, Sonora por un grupo de yaquis asociados con Teresa Urrea, por lo que fue responsabilizada del hecho y ese año el gobierno mexicano solicitó su extradición, así como la de Tomás Urrea, Lauro Aguirre, Benigno Arvizu e Ignacio Gómez, aunque el trámite no se concretó.
Sobre el desarrollo de estos acontecimientos, el cónsul Manuel Mascareñas señaló que:
A las tres y media de la mañana fue asaltado Nogales, Sonora por cosa de cuarenta yaquis y de razón. Sorprendieron nuestra Aduana y al Ayuntamiento. Los empleados de la Aduana se defendieron muriendo en la defensa: Celadores Francisco Fernández y Manuel Delahanti y además el paisano Crescencio Urbina que prestaba auxilio.
De acuerdo con Mascareñas, el acto fue planeado en el poblado de Tubac, en Arizona, y los asaltantes iban con el grito de “¡Viva Dios!”. Asimismo, la madrugada del 12 de agosto la aduana recibió el apoyo de cerca de 70 hombres de ambos lados de la frontera con los que pudo disolver el asalto en una hora, cuando “los fanáticos bandidos” se dieron a la fuga.
“‘Resultado del Asalto en Nogales’ (Result of the Attack in Nogales), August 12, 1896”, tomada de Seman, Op. Cit., p. 19.
Por su parte, los periódicos el “Press” de Philadephia y el “Tribune” de Nueva York, retomaron información del gobierno norteamericano donde se indicaba que los asaltantes que se dieron a la fuga se resguardaron en Estados Unidos, donde recibieron apoyo de un grupo de 500 yaquis.
Como ya se ha dicho, también se vinculó a Lauro Aguirre con la toma de la Aduana, por lo que el 21 de agosto de 1896, “El Independiente” publicó un artículo con el encabezado:
VIOLACIÓN DEL TERRITORIO MEXICANO POR FUERZA ARMADA A PEDIMENTO DEL CÓNSUL. COMBATE DE FUERZAS EXTRANJERAS CON MEXICANOS EN TERRITORIO MEXICANO ¿DÓNDE ESTÁN EL DECORO Y DIGNIDAD NACIONALES?
En el artículo se argumenta que en ningún tratado internacional entre México y Estados Unidos, se establece que los cónsules mexicanos puedan pedir apoyo de fuerzas estadounidenses para combatir acciones rebeldes dentro del territorio mexicano.
Esta violación a territorio nacional a pedimento del representante mexicano; este ataque de fuerzas americanas a mexicanos en territorio mexicano no solo no será reprobado por el Gobierno del General Díaz, sino que será aprobado y aplaudido por dicho gobierno, porque primero está la llamada “paz”, que la dignidad y la honra.
Ciertamente, las leyes de neutralidad no fueron respetadas. Lo que en cualquier otro país con “dignidad y honra”, dijeron los redactores del periódico, habría sido una falta gravísima, en México fue tolerada y aplaudida porque respondió a una necesidad inmediata del régimen. La Pax Porfiriana requería la implementación de toda la fuerza necesaria para mantener el orden y el progreso, y en el contexto fronterizo tan particular del Nogales de finales del siglo XIX, en el que el cruce era sencillo, pero además los dos países tenían intereses en la conservación del orden público, resulta evidente que las relaciones diplomáticas no tendrían el alcance de, por ejemplo, la expedición punitiva de 1916. Finalmente, en esta misma edición, “El Independiente” retomó la historia de Tomochi en sus páginas interiores, como recordatorio de las violentas formas empleadas por el régimen para mantener la Pax, un contexto compartido por las y los seguidores de Teresita, y por ella misma.
Durante estos meses también ocurrieron asaltos fronterizos en Ojinaga y Palomas en Chihuahua, los cuales, igual que el caso de Nogales, tuvieron gran atención mediática y fueron seguidos por los cónsules de ambos países, quienes los atribuyeron a: “la perversa instigación y auxilios pecuniarios de Don Lauro Aguirre, Doña Teresa Urrea y Don Tomás Urrea”, según palabras del ministro mexicano en El Paso, Francisco Mallán.
A manera de conclusión, es importante reflexionar que, para las y los opositores de Díaz, accionar desde fuera de México no era garantía de seguridad y libertad, pues en ambos países se mantenía vigilancia sobre sus actividades, al tiempo que cooperaban entre sí para agilizar procesos judiciales.
Por otra parte, todas y todos estos exiliados se enfrentaban a un contexto de cambios radicales en el mundo que se vivían con particular intensidad en Estados Unidos, como el auge de los movimientos obreros, el socialismo y el espiritismo. En este sentido, los rebeldes de la frontera noroeste encontraron en Teresa Urrea y su capacidad de curar el cuerpo de los enfermos y reconfortar el espíritu de los necesitados, un símbolo de lucha contra el estado porfirista, y esta lucha fue tan radical que fue en contra, incluso, del paradigma científico imperante, que rechazaba los saberes de los pueblos indígenas.
Teresa Urrea fue una joven que representó un freno al avance del capitalismo que despojaba a las comunidades de sus territorios y recursos naturales a finales del siglo XIX y principios del XX. Fue un símbolo, pero también agente de resistencia, pues sus acciones y sus palabras inspiraron a comunidades enteras a defender la dignidad y la justicia. Probablemente, la más grande acción de Teresita fue la curación del cuerpo social de su región, hasta su muerte en Clifton, Arizona, a la edad de 33 años.
Fuentes consultadas:
Archivo
Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores “Genaro Estrada”.
Bibliografía
Corella Barreda, Roberto, Teresa Urrea: Dios contra el gobierno. Narrativa histórica, tesis para obtener el grado de maestro en ciencias sociales, Hermosillo, El Colegio de Sonora, 2005.
Gil, Mario, “Teresa Urrea. La santa de Cabora”, en Historia Mexicana, vol. 6, núm. 4, México, El Colegio de México, abril-junio 1957, disponible en: https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/721
Holden, William Curry, Teresita, Ilust. José Cisneros, Maryland, Owings Mills, 1978.
Seman, Jennifer Koshatka, Borderlands curanderos: the worlds of Santa Teresa Urrea and Don Pedrito Jaramillo, Austin, University of Texas Press, 2021.
Tuesday, July 16, 2024 18:33:33
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